Un mercado de flores de Xochimilco.

Eduardo Gonzaga
3 min readSep 11, 2023

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Caminamos por Reforma, era nuestra caminata de despedida. Sin saber ni buscar, nos encontramos con el paseo dominical. No podía ser de otra manera, esquivamos miles de ciclistas mientras pedaleamos los tiempos verbales de nuestra historia. Te detuviste y señalaste una carpa que anunciaba la presencia de un mercado de flores transportado desde Xochimilco.

— Mira, traen el Sur al Norte. Así como tú ahora que te vas.

Xochimilco.

El simbolismo me dejó perplejo. Tenías razón, Paseo de la Reforma es el punto de contacto entre la Ciudad de México y el resto del mundo. Es una embajada del norte global que, para mantenerse interesante, necesita exotizar la bonanza de lugares como Xochimilco. Ejemplo de ello, son aquellos movimientos culturales gestados desde las periferias (urbanas e identitarias) que, tras un extenso proceso de blanqueamiento, “están listos” para mimetizarse con el Centro.

El capitalismo consume disidencia, la mercantiliza y el underground acaba siendo pop. Le pasó al hiphop, le pasará a muchas subculturas. Escuchar a Pablito Mix en Antro Juan es síntoma de una cosa: el Norte resiste porque el Sur existe.

Desde entonces, no paro de pensar en aquel mercado de flores.

Todo lo que hago en mi vida es político, en un contexto donde el Norte devora al Sur, decido irme para aprender herramientas computacionales que le otorguen a los gobiernos locales mayor margen de negociación. Este viaje no sólo es para mi, no soy salvador de nadie pero tampoco es opción dejar de sembrar laureles en el jardín que me vio nacer y crecer. Toca hacer extractivismo a la inversa.

Apenas comencé el ciclo de despedidas y, más allá de las lágrimas, la única constante en cada conversación es la idea de representación. Me di cuenta que en mi equipaje también viajan los sueños de mi familia y comunidad. No viajo solo. Tres generaciones acontecieron para llegar aquí, crecí entre Tláhuac — Iztapalapa — La Unidad Habitacional Santa Fe y Coyoacán. Mi familia es de Tamaulipas y mi residencia intermitente está en Chiapas. Soy una convergencia de chingos de cosas y personas; una chispa de latitudes y longitudes. Esa es la razón por la cual (des)encajo en cualquier lugar. No soy de ninguna parte porque transito por todas partes.

Desde muy morro tuve consciencia que nadie iba ni podía regalarme nada, mamá y papá no pudieron estar, así que aprendí a arreglármelas solo. Ante tal ausencia, mis abuelos fueron mi única escuela. Tuve suerte pero no la suficiente. A los 22 era “el hombre de la casa” y comencé a vivir tres vidas sin que muchas personas lo supieran. Me obligué a crecer rápido ya que debía estar a la altura de las circuntancias. Estaba desecho y necesitaba estar hecho para poder velar por el bienestar de mi mamá y abuela.

Quienes estúpidamente decían que me tiraba al piso nunca tuvieron la necesidad de levantarse del suelo. Aprendí a caminar la ciudad porque muchas veces no tuve dinero para el pasaje. Duela a quien le duela, mis pasos dejaron huella. No pueden negar que mis palabras tienen más calle que la sucia suela de sus zapatos. No tienen la menor idea de dónde vengo, quien soy, lo que represento y todo lo que mis ojos han visto. Siempre estuvimos en conversaciones diferentes, por eso, nunca me entendieron.

Weimar.

Me nombro desde un lugar que no es centro ni periferia, habito un puente que conecta ambos rumbos. Soy un Eje Vial que conecta aquel mercado de flores de Xochimilco con el resto del mundo. No es casualidad que Weimar sea el Coyoacán de Alemania.

Mi dirección nunca cambia, siempre pueden encontrarme al Sur y a la Izquierda.

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